domingo, julio 30, 2006

6 de agosto. Anónimo

Los tambores sobresaltaban en mi pecho; caras, odiosas caras que por última vez quería ver. Pulseras en par carentes de lujo, que muchas veces me ataron, no lo volverían a hacer. Gruesa, fuerte y ronca voz me indicó la salida de ese vientre en el que mucho más de nueve meses esperé. El agua más limpia y fresca que en años no sentía, empezó a chocar con mi piel, humectando mi enredada cabellera que se extendía hasta la mitad de mi rostro.

Mis viejos jeans empapados caminaban temblorosos y sin rumbo. En medio de la nada me topé con una pequeña plaza que jamás había visto. Me senté sin ganas en uno de los bancos que rodeaban al inmóvil hombre gris con vestidura colonial y lanza en mano. Con la suave lluvia lo planeado se pospuso, era tanto el goce de mis poros en aquel momento, que deseaba que fuese eterno. Pero no lo fue, creo que se percató de mi emoción y prefirió abandonarme, llorando en otro lado y llamando a un rubio amigo para que cuidara el lugar.

El vivaz muchacho de hilos dorados se aseguró de echarme. Su picante mirada junto a su brillante cabellera, fueron razones suficientes para no sentirme cómodo en aquella plaza que en algún momento me agradó.

Al cruzar el asfalto me topé con un teléfono, y mis ganas de llamarte hacían un huracán en mi estómago, las pocas monedas que tenía no alcanzaban para hacer una miserable llamada. Decidí acercarme a un restaurante italiano que estaba en la esquina, apartando el hambre de tu buena comida, mi primera necesidad era hacer algo de efectivo, por muy poco que fuese, mis ganas de encontrarte eran mi prioridad.

El Nono fue muy simpático conmigo, lástima que la historia de mi desempleo no fue la real, sino dudo mucho que me ayudara. Trabajé durante el día, haciendo el trabajo sucio de aquel local, era uno de esos trabajos que a nadie le gusta hacer.

Con un pequeño papel me guié hasta acá, no es que hubiese olvidado el camino, no te ofendas, pero el nuevo si lo desconocía. Y allí estaba, en medio de esa urbanización que en mis recuerdos inexactos había modificado un poco. Las ansias de verte guiaron mis gastados zapatos hacia la puerta que abrí y cerré muchas veces. Los tambores sobresaltaban en mi pecho con sólo pensar en tu sonrisa, mis piernas temblaban mientras mis manos sudaban. Al ver la ausencia en la casa llegó una fría brisa de calma, primera de muchas que me acompañaron en la espera más larga de mi vida; en aquellos escalones que culminaban con una alfombra de bienvenida.

Los tambores sobresaltaban en mi pecho cuando escuché tu tierna voz, el pánico se aseguró de acobardarme y esconderme de ti. En mis planes no estaba este miedo que siento, por eso te escribo esta carta hermosa mujer, porque el lápiz es más valiente que la voz. Acá estoy y acá estaré, pensando en tu amor y soñando con tus abrazos, en los que siempre me sentía seguro; rezando para que me guíes en mis segundos primeros pasos, como lo hiciste cuando los juguetes eran mi prioridad y no tú. Volveré en unos días, te lo prometo, volveré porque te amo.

Tu hijo Daniel